Un tubo de madera, abierto por un lado y con una embocadura de bisel por el otro, lleva dos agujeros en el extremo de la parte inferior y otro en el extremo contrario (el más cercano a la embocadura) de la parte superior, que se tapan respectivamente con los dedos índice, corazón y anular y con el pulgar.

Soplando más o menos fuerte por la embocadura se logra obtener más de dos octavas pues se consigue quintear las notas con la fuerza del soplo. En el doblez del mismo brazo con que se sostiene la flauta, el intérprete suele colgar un tamboril cuyo parche golpea con una baqueta que empuña con la otra mano.

Abundante iconografía nos muestra la amplia difusión que flauta y tamboril tuvieron tocadas por una misma persona desde la Edad Media hasta nuestros días. En Europa desde el siglo XIII y en América desde el XV la flauta de tres agujeros sirvió para acompañar danzas cortesanas y bailes al aire libre. Hoy día aún existe en toda España, sobre todo en el medio rural y bajo distintas denominaciones: gaita charra en Salamanca, gaita extremeña en Extremadura, chistu en el país Vasco, flaviol en Cataluña, chiflo en León, etc.

Dice un antiguo refrán que “no hay olla sin tocino ni boda sin tamborino”, dando a entender lo popular que fue esta combinación de instrumentos (melodía y ritmo) en todas las celebraciones populares y también en las cortesanas, como muestra la ilustración adjunta de un manuscrito francés del siglo XV conservado en el Museo del Louvre. Sólo a partir del siglo XVIII la fuente musical compuesta por tamboril y flauta (a veces flauta y salterio), comienza a ser sustituida por otros instrumentos como la guitarra que van captando el gusto y el favor del público.

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