Instrumento dotado de una caja acústica plana, en forma de pera, un mástil y una cabeza en la que va un clavijero con doce cuerdas metálicas agrupadas en seis órdenes. El diapasón que va a lo largo del mástil tiene habitualmente 14 trastes.

El intérprete pulsa las cuerdas con un plectro o púa casi siempre entre la boca o tarraja (abertura de forma circular u oblonga practicada en la tapa superior) y el puente. Éste está situado entre la boca y el cordal y sobre él reposan las cuerdas en la parte inferior, haciéndolo sobre la cejuela en la superior para repartir la tensión.

En el siglo XVI se designaba con el mismo término a una pequeña guitarra de tres órdenes, aunque nada tuviese que ver con el instrumento que ahora conocemos ya que aquel otro tenía los trastes movibles, sólo tres cuerdas y forma de guitarrilla. Juan Bermudo, el autor de la Declaración de instrumentos musicales (1555), refiriéndose precisamente a ese instrumento, decía que si se juntaran dos bandurrias afinadas una en grave y otra en agudo se podrían tocar obras de ámbito más extenso, haciendo referencia a las pocas notas que podía alcanzar aquella primitiva bandurria. Poco después confiesa que ya han llegado de Indias bandurrias de cinco cuerdas, no se sabe si refiriéndose al mismo instrumento anterior con mayor número de cuerdas o al nuevo instrumento al que se le aplicarían el nombre y la forma definitivos.

El instrumento que hoy conocemos con el nombre de bandurria se consolida definitivamente en el siglo XVIII. Los primeros métodos empiezan a aparecer a mediados de ese siglo (Minguet y Sotos) y siguen en el XIX (Tomás Damas, José de Campo, Manuel P. García y Matías de Jorge). En ese período la bandurria se conoce por lo general como instrumento estudiantil y de ronda -“la mandolina española”, lo llama el Barón Davillier en su Viaje por España- pero también llega a ser considerado instrumento de concierto debiendo su auge a notables intérpretes que transcriben obras para él. La necesidad de combinar para tales obras voces y timbres diversos aconseja, finalmente, crear conjuntos, denominados generalmente “de pulso y púa” capaces de tener un amplísimo repertorio.

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